Comentario
El período conocido en la ordenación cronológica del mundo romano como Alto Imperio coincide en líneas generales con los siglos en los que se realiza una intensa romanización del territorio de la Península Ibérica.
La valoración del proceso no puede limitarse exclusivamente a sus elementos culturales, que permiten al mundo clásico justificar la conquista romana y su materialización, la constitución del último de los grandes imperios antiguos, mediante la tópica contraposición entre cultura y barbarie. Semejante planteamiento puede observarse en la descripción geográfica y etnográfica que Estrabón nos ofrece a comienzos del principado sobre la realidad de Iberia y los efectos de la paz romana.
Es incuestionable que la proyección de la cultura helenística y de la lengua latina modificó la realidad preexistente y condicionó la evolución histórica posterior en aspectos trascendentales.
No obstante, las transformaciones culturales deben relacionarse con procesos más generales en los que se integran, el más importante de los cuales es el de la instauración del modelo de ciudad romana como instrumento imprescindible para el funcionamiento de un ordenamiento imperial escasamente burocratizado durante sus primeros siglos.
En la ciudad convergen los intereses de la administración imperial y los de la aristocracia local, cuya posición privilegiada posee en el Imperio el marco idóneo para sus actividades económicas y para sus aspiraciones políticas a la vez que la garantía de su existencia en un ordenamiento social dominado por las desigualdades naturales, que justifican para la cultura clásica la existencia del esclavo, y por un intenso ordenamiento piramidal de la comunidad ciudadana, a la que se concibe teóricamente como isonómica en sus derechos civiles y políticos.
La proyección del modelo en las provincias hispanas genera un tipo de relación centro-periferia propia de las estructuras imperiales, que se reproduce en el interior del territorio peninsular en la articulación de las provincias.
Este tipo de relación, donde se genera la correspondiente explotación y trasvase de riquezas desde Hispania a Italia, posee su dinámica evolutiva que se materializa en una progresiva dependencia de Roma de los territorios periféricos que finalmente dan lugar a la provincialización del Imperio.
La evolución del sistema también se observa en la propia transformación de la ciudad en la que inciden las vicisitudes generales del Imperio con sus crisis dinásticas y con las presiones de las gentes externae que afectan a Hispania desde el sur, como ocurre con las razzias de los Mauro durante el reinado de Marco Aurelio, y por el norte desde donde se proyectan francos y alamanes en los años 259-260 y posiblemente en el 276 d.C. Pero también los cambios que la transforman se generan por la evolución de su ordenamiento interno; las modificaciones que se operan en la agricultura mediante la mayor proyección de las explotaciones imperiales y a través de la concentración de la propiedad, que crean una nueva relación campo-ciudad, que termina transformando tanto el núcleo urbano por la crisis de la cultura evergetista de sus elites aristocráticas, como la explotación del campo, donde se proyectan sublevaciones campesinas como las que en el 186 d.C. protagoniza la llamada revuelta de Materno que afecta a la Galia y a Hispania.
Todo ello converge en la progresiva consolidación de una nueva realidad histórica propia de Hispania en la Tardía Antigüedad, en la que comienzan a reutilizarse los elementos culturales y materiales del período clásico, que de esta forma comienzan su transformación en arquetipos de la llamada civilización occidental.